
En la casa de María del Carmen Polo no hay desodorante o perfume que valga. Han probado de todo y no han podido sacarse de encima ese hediondo olor a harina de pescado que está impregnado en su casa, ropa y cuerpo. Dicen que el humo de las fábricas pesqueras es como un estigma para quienes viven en la “Florida Alta”.
María es una mujer de 38 años y toda su vida la pasó en este barrio afectado por la polución. Si pudiera pedir un deseo, sería que la lleven con sus hijos y su esposo a cualquier otra ciudad para escapar de este lugar.
Sin embargo, ella pisa tierra y no quiere soñar. Ese deseo nunca se hará realidad si no consigue dinero, mucho dinero, para comprar otra casa en otra zona e irse de la sétima cuadra del jirón Huancavelica. Dice que Nuevo Chimbote es el lugar de ensueño, donde su pequeño Carlos Jesús y el niño que lleva en su vientre podrían jugar, comer y dormir sin taparse la nariz o esconderse debajo de una sábana.
María sonríe para la foto, pero la procesión va por dentro. A diferencia de miles de chimbotanos, quienes festejan cuando se levanta la veda y cuando la pesca está en pleno auge, ella y un grupo de vecinos viven días de angustia. Les damos toda la razón.
De solo mirar las inmensas chimeneas y las máquinas de la fábrica de TASA (ex Sipesa), ubicada a solo 15 metros de sus casas, nos imaginamos la gran cantidad de humo que va a parar a sus hogares. María no se lo imagina, María lo vive. Ayer leyó el titular de portada de los diarios y sus temores empezaron de nuevo: la veda se podría levantar.
“Usted no sabe cómo vivimos cuando esas máquinas empiezan a trabajar… Es horrible. Todo ese humo viene para acá y la bulla de los motores es inacabable, día y noche durante varias semanas”, cuenta María mientras deja a su hijo Carlos Jesús dar sus primeros pasos en su sala y se frota el vientre, mirando al niño que en tres meses tendrá en sus brazos.
“No sé qué futuro le esperará. Le daré todo mi amor y protección”, refiere con melancolía. El pequeño Carlos Jesús ahora sonríe con su madre, pero en épocas de pesca, su cuerpecito se llena de granos y sus ojos lagrimean a cada instante. Son las consecuencias del humo de las fábricas.
“Qué voy hacer, a la mala tengo que adaptarme y buscar la forma que este problema afecte a mi familia lo menos posible”, responde resignada.
RESPIRAN LO IRRESPIRABLE
Betty Panta Castro (54) es una vecina de la sétima cuadra del jirón Huancavelica. Se crió en este barrio y sus seis hijos también. Solo uno ha podido comprar una casa en Lima. Mirando al cielo y frotándose el rostro, cuenta que tres de sus seis hijos han padecido alergias, excemas, picazones y enfermedades bronquiales.
“En jornadas de pesca este barrio se convierte en un infierno: nuestras casas y la calle se cubre por un inmenso manto blanco y pestilente”, cuenta.
Betty Panta y María Polo están enteradas del informe que propaló que el Consejo Nacional del Medio Ambiente (CONAM), el cual advierte que la calidad de aire de nuestra ciudad no es aceptable debido a la presencia de elementos contaminantes como el dióxido de azufre, material particulado y dióxido de nitrógeno originados por el parque automotor, la planta siderúrgica y, principalmente, por las fábricas pesqueras.
“Les pediría a esos señores (del Conan) que vivan por acá para darse cuenta de lo que es contaminación. Me alegra que se haya presentado ese informe, pero me parece que debieron decirlo hace muchos años y no ocultarlo para que de una vez las autoridades tomen acciones”, refieren las moradoras.
Gloria Ortiz también está de acuerdo. Su historia es muy similar a la de todas sus vecinas. Por falta de dinero no ha podido mudarse de casa, pero lo poco que ahorra le ha permitido acondicionar su vivienda para evitar que el humo de las pesqueras se extienda en todos los rincones de su hogar.
La señora Gloria explica que a la fuerza ha tenido que aprender a convivir con este pestilente olor. “Es vivir con el enemigo, quisiera irme de esta lugar, pero mi situación económica no me lo permite”, lamenta.
Hoy duerme tranquila porque la industria pesquera aún no enciende sus motores, esas máquinas que le dan trabajo a muchos pero matan lentamente a otros.
El último de los tres hijos de Gloria, de 18 años, padece de asma, una enfermedad bronquial adquirida cuando tenía 9. El tratamiento médico le valdrá poco si sigue respirando ese aire contaminado. La contaminación no solo está en el humo de las fábricas, también lo está en el polvo que sin querer inhala cuando un carro pasa por su casa, en las paredes manchadas por las emanaciones, en la ropa que dejó expuesta demasiado tiempo al sol.
Esmérida López Flores (28) es otra de las entrevistadas. Esta joven vendedora de dulces y frutas aún no entiende por qué su madre se dejó engañar tan fácilmente al comprar una casa en el jirón Lima 788. Dice que la adquirieron a bajo precio. Seguramente los dueños querían deshacerse de ella pero ganando algo. A la espalda de su hogar, se encuentra la planta de TASA
“No pensé que esto iba a ser así. De noche no se puede dormir, me salen granos, mis ojos lagrimean y me pican, no puedo estar tranquila porque el ruido es insoportable”, manifiesta.
Esmérida ya tiene ocho años soportando las fuertes emanaciones, tiempo en el que ha sufrido enfermedades como excoriaciones y bronquitis. Pero ella no es la única. La joven no tiene hijos y asegura que la mayoría de sus vecinos también padecen algún mal como consecuencias del hedor de las fábricas pesqueras.
Sus vidas parecen estar condenadas porque respiran lo irrespirable. Nadie de la “Florida”, “Miramar, “La Libertad”, “El Trapecio”, “27 de Octubre”, “Miraflores” y “San Juan” se salva de los humos y el olor insoportable del procesamiento de la harina y el aceite de pescado que se propaga lenta y nocivamente por estos barrios.
La población que vive en las cercanías de las fábricas pesqueras tiene que aprender a convivir con enfermedades a la piel, males respiratorios y un mar enfermo con los desechos de las empresas procesadoras que convirtieron la bahía El Ferrol en el puerto más contaminado.
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