miércoles, 24 de setiembre de 2008

Sufrir para crecer


Esta es la historia de un muy buen amigo mío. No voy a decir su nombre, pero es el tercero de cuatro hermanos y tiene 27 años, piensa en casarse y ya está haciendo planes. Dice que lo hará dentro de tres años, cuando cumpla 30. Reside en un gran apartamento y está un paso de comprar su casa propia.
Era un poco tímido, de esos chicos que se escudaba siempre tras el grupo cada vez que las cosas queman. Pero hace muchísimos años, siendo adolescentes, fuimos a una chacra a sacar pacaes porque nos moríamos de hambre y porque pensábamos que era mejor guardarlos en nuestros estómagos antes que se pudran en el árbol.
Así, él se trepó al árbol y yo, más cómodo, le esperaba abajo. Pero cuando bajaba, con pacaes guardados en la cintura, el dueño de la chacra apareció y le correteó varias cuadras sin dejar de pegarle con una manguera, tan violentamente que su espalda quedó marcada y su polo manchado de sangre. Lloró como un niño. Por temor a que sus padres le reprendan durmió en mi casa. Esa noche, recuerdo, apenas cerró los ojos y se la pasó mentándole la madre a aquel despiadado campesino.
Al día siguiente regresamos a la chacra, me dijo que le esperara y él sacó una honda con la cual rompió todas las lunas de la casa y huimos tan rápido que nunca nos alcanzaron. Después de aquello lo noté diferente. De la calle pasó de lleno a los estudios, salía poco y era otro tipo. Una vez me dijo que regresaría a esa chacra para increparle al agricultor todo el dolor que le hizo por unos pacaes.
Pensé que esa dolorosa lección lo tomó demasiado a pecho. Sus padres querían que trabaje cuando terminó la secundaria, pero él se negó e insistía en ir a la universidad. Y lo logró. Ingresó en el cuarto puesto de Ingeniería Agroindustrial. En verano consiguió un empleo en una fábrica pesquera y trabajaba de noche.
Cierta vez me invitó a su casa y me comentó todos sus proyectos: que tendría una gran empresa, que sacaría de la pobreza a sus hermanos y sus padres, que saldría del barrio, que tendría una gran casa, que se casaría… A los 22 años, después de ahorrar su dinero, fue al muelle y compró la mayor cantidad de pescado. Invirtió cerca de 1.500 soles. Y ganó 3 mil. Compraba y vendía. Era un tipo increíble, con una capacidad de convencimiento y negociación que me asombraba. En medio año ya había ganado 50 mil soles, dinero con el que se compró un camión de segunda para trasladar toda su mercadería.
Dejé de verle por un largo tiempo. En su cumpleaños número 27 fui a visitarlo a su casa, pero sus hermanos me contaron que vivía solo, en el centro de la ciudad. Nunca lo ubiqué, pero semanas después lo encontré camino al trabajo y acordamos salir en la noche para tomar unos tragos. En un bar hablamos de nuestras vidas. Él tenía una mente dedicada a los negocios. De aquel camioncito viejo no quedaba nada y ahora tiene siete traíler, maneja un capital de medio millón de soles y está pensando en tener una constructora. Después de siete cervezas me confesó que estaba enamorado, que pensaba casarse, pero primero debía cumplir un reto: comprarse una casa.
Hace un mes, cuando regresé a casa de mis padres, le encontré yendo al trabajo. Lucía feliz. Había hecho todas las gestiones para comprarse la casa. En su auto me llevó a verla; cuando la vi me quedé boquiabierto: era la chacra aquella y el campesino que le marcó la espalda con la manguera le vendió a un precio barato, desesperado porque no tenía dinero y porque estaba enfermo.
En estos días tendrá todos los papeles para tener la casa a su nombre y ya piensa en remodelarla. Pero el árbol de pacae, ése que trepó cuando tenía hambre, lo dejará intacto, esperando que algún día sus hijos coman de sus frutos.

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