miércoles, 8 de octubre de 2008

Para ti, mamá


Mientras redacto esta nota, pienso en lo que habrá hecho mi madre todo el día: limpiar la casa, prepararse su desayuno, mirar de reojo a mi padre, ver su programa de televisión. Habrá tomado un breve descanso o quizá leído la revista Vanidades, seguro estuvo apurada para hacer el almuerzo para mi hermano mayor. Dos horas habrá tomado una siesta y si no ha salido al centro de la ciudad, llamó a sus ex compañeras de trabajo para acordar la próxima reunión de su asociación.
Pienso en aquellas veces que no cerró un ojo toda la noche porque trabajaba de guardia en la sala de Emergencia del hospital regional. Aun así, pese al cansancio, regresaba a casa sin un gesto de fastidio para prepararnos el desayuno, plancharnos el uniforme y mandarnos al colegio.
A veces pienso que nunca podré retribuirle todo lo que hizo. Es imposible hacer esta nota sin pensar en mi madre, Consuelo. Y aunque muy pocas veces le he dicho que la quiero, es imposible no decirle gracias.
Como ella, las madres del Perú y el mundo recibirán el abrazo de sus hijos. Así lo espera Martha Céspedes Muñoz cuando llegue a su casa, en Casma, tras una semana de arduo trabajo. Es una mujer de armas tomar, pero se declara demasiada condescendiente en su hogar. Es padre y madre.
Quienes husmeamos a diario en las dependencias policiales, la reconocemos rápidamente. Labora en la Comisaría de Chimbote desde hace tres años y al menos dos veces al día tiene que lidiar con pandilleros, violadores, estafadores, delincuentes, meretrices. La brigadier PNP, miembro de la Sección de Investigación de Delitos y Faltas, confiesa que no cambiaría por nada el trabajo operativo por las labores administrativas.
Su escritorio está lleno de atestados. Sobre su computadora hay una rosa roja y se da los últimos retoques para participar en la ceremonia de homenaje al Día de la Madre. Pocas veces utiliza el uniforme verde. Su condición de mujer no es impedimento para dejarse ‘pasear’ por los delincuentes a los que toma su manifestación.
La brigadier Céspedes sabe lo que es el sufrimiento de una mujer. En la Sección de Familia, en la comisaría de Casma, conoció casos que a más de uno le sacudiría el cuerpo, pero nunca declinó. Recuerda que una vez, vestida con el uniforme de la institución, fue a una cantina de mala muerte para exigirle a un mal padre que antes de perderse en el alcohol primero dé el dinero para la alimentación de sus hijos. Avergonzado, el sujeto sacó todo su plata y le dio todo a la madre de sus tres niños, que acompañaba a la policía.
Martha Céspedes dejará unas horas de ser la brigadier de inquebrantable carácter para convertirse en una madre consentidora. Hoy, además, celebra el cumpleaños número 8 de su hijo Daniel.
Tan consentidora como firme es Magda Angaspilco, trabajadora del Servicio General del hospital La Caleta. Le preguntamos qué haría por su única hija, Inés (10), y ella nos dice que qué no haría por ella. “Trabajo en dos turnos: mañana y noche, y es muy cansado, pero vale el sacrificio. Uno cría a sus hijos sin pensar que algún día te lo retribuirán. Y si me paso muchas horas acá, en el trabajo, es porque quiero darle lo mejor a mi pequeña”, refiere. También es padre y madre.
No sabe si hoy va a cocinar o salir con sus padres, quienes cuidan a su hija durante su ausencia, a comer a un restaurante. Lo importante es que va a estar con ellos, todo el día. “La sonrisa no tiene precio”, dice Magda.
Lo mismo asegura Pamela Miranda al ver la sonrisa de su pequeña Yanelli, su segunda hija de 18 días de nacida. La periodista tiene tres meses de licencia y el próximo 10 de junio se reincorporará a su labores en un diario local. Mientras tanto, disfruta al máximo la compañía de su niña.
Pamela divide su tiempo entre entrevistar a autoridades y dirigentes renegones y ‘chamulleros’ y revisar las tareas de Maricielo, su primogénita. Por la tarde, redacta y en la noche atiende a su esposo.
“Es una nueva experiencia que asumo y lo hago con mucho amor. Mis hijas me cambian la vida y no sé cómo voy hacer cuando me separe unas horas de mi pequeña. La voy a extrañar, pero por ella estoy trabajando, por mí, por mi desarrollo profesional”, enfatiza Pame, como la conocemos.
Magali Luján Acevedo es madre de tres varones y dice que son terribles. Tiene miedo que jueguen a la pelota en la sala de su casa porque siempre le rompen las lunas. “Pero es parte de ellos, típico de su edad, juguetones. Ellos son mi esperanza y tengo mucha fe en que serán grandes. Estoy poniendo todo de mi parte”, cuenta.
Vende diarios y revistas de 8 a 11 de la noche en su quiosco de la quinta cuadra de “Alfonso Ugarte” y está a punto de inaugurar una cabina de internet. Ya es una empresaria.
Mientras se arregla el cabello y pide que salga bien en la foto, Magali comenta que al mediodía, cuando sus menores hijos salen del colegio, les revisa sus tareas. Sonríe bastante. Hoy piensa celebrar el día y salir a bailar.

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